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En busca de mi identidad

Una mujer trabajadora y el enfrentamiento con su sordera

por María Monserrat  Hernández Flores 

 

“Nací con dificultades. Para mí no es ninguna pérdida ser como soy sino que he aprendido a desarrollar mi personalidad alrededor de mi sordera”

Brenda Costa

Mis padres eran jóvenes cuando yo llegué a este mundo; mi mamá se llama Guadalupe,  ella apenas contaba con 16 años de edad, no alcanzó a terminar la preparatoria; mi papá, se llama Martín, él es de una pequeña comunidad, no logró terminar la secundaria aunque venía de una familia trabajadora de campo y comercio; yo, soy la primera hija, tengo tres hermanas menores y todas son oyentes.

A los 2 años de edad, mis padres emigraron de Irapuato, una ciudad, a un pueblito llamado San Lorenzo, municipio de san Fernando, Tamaulipas,  que cuenta con una población pequeña,  sólo había un kínder  y una primaria. Recuerdo que en cada aula cada maestro llegaba a tener dos grupos juntos. A mí me encantaba ir a kínder del ejido, me gustaba mucho bailar y pintar,  era una niña normal aunque me llamaba mucho la atención que la maestra le comenta continuamente a mi mamá que mi conducta era algo rara respecto a la brusquedad de la manipulación de los objetos, cuando quería obtener un sonido  o una  vibración. Terminé pues el kínder, llegó el momento de iniciar la primaria en el pueblito, ni siquiera me di cuenta en qué momento  era diferente al resto de mis compañeras, no sabía que no escuchaba. Para mí y con toda mi inocencia,  mi mundo era normal, aunque no del todo porque siempre el maestro me llamaba la atención, me tenía como una niña muy “chiqueada”; yo sólo observaba mucho sus facciones y movimientos de la boca, hacia mucho esfuerzo por entender. De pronto, mi mamá se volvió mi segunda maestra, salía de la escuela y mi mamá trataba de explicarme las tareas, me comenta que tenía  muchos problemas  de comunicación, que me era muy difícil pronunciar ciertos fonemas al grado que lloraba porque me dolía mucho la garganta para pronunciar las palabras, nunca pude explicarle a mi mamá esto siempre hacia caso a  sus indicaciones. En ocasiones, era yo algo terca, fue la manera en la que empecé a  pronunciar ciertas palabras, lo cual fue un trabajo arduo para las dos. Cuando me portaba mal, mis castigo eran leer libros en voz alta; recuerdo que me llamaba la atención en ocasiones sin entender el motivo del por qué.

 

Cuando llegue a la  edad de  9 años fue el momento en que mi papá se dio cuenta que yo no escuchaba bien porque, en cierta ocasión, yo estaba paseando por la calle en una bicicleta, una camioneta estaba de tras de mi pitando, entonces mi papá se asomó por la ventana de la casa y detectó que algo no estaba  bien en mí, no reaccionaba a los ruidos salió corriendo por mí; al volver, papá le comento a mamá Lupe: “creo que Monse no escucha”. Así, mi mamá empezó hacerme varias pruebas, me llamaba desde el cuarto y, obviamente, yo no reaccionaba, en cambio mi hermana ella iba corriendo hacia mi mamá. Recuerdo también que, en la escuela, la maestra les informó que al aplicarme un examen oral, a mí a una compañera que competíamos por el primer lugar, se dio cuenta que al escribir las preguntas en el pizarrón tenía dificultades para entender lo que ella dictaba, motivo por el cual tuvo que hacer el examen de forma escrita  al ver que no dejaba  de voltear para verle los labios, en cambio mi compañera escribía de espaldas,  desde entonces la maestra  me aplicó los exámenes escritos  pues ella se dio cuenta que no escuchaba.

 

“Señora,  ya que su hija es sorda, tendrá que llevarla a una escuela de educación especial”

 

Recuerdo cierto momento tan doloroso para mí y mi mamá porque fue el preciso instante en que me di cuenta que era yo diferente al resto de mis compañeros, recuerdo con tanto sentimiento y angustia aquel momento en que por, primera vez, conocí la Discriminación. El Director de la escuela le dijo a mi mamá “Señora,  ya que su hija es sorda, y no merece el primer lugar, tendrá que llevarla a una escuela de educación especial”. Nunca olvidare  ese momento que forjó mi carácter para demostrarle al director que si podía seguir estudiando y que el primer lugar lo merecía no tanto por copiar (ya que era el concepto en que me tenía), si no por todo mi esfuerzo que hacía por leer los labios, que en ocasiones me dolía la cabeza de tanto tratar de poner atención. Gracias a que la maestra defendió mi postura al igual que mi mamá, el director me puso un segundo examen y demostré que podía obtener el primer lugar. Recuerdo como mis padres lloraron  al saber que tenían una hija con discapacidad, recuerdo el momento en el cual mi papá me dijo “hija ya no estudies, te pongo un negocio, quédate en casa”. Amo tanto a mi papá. Hoy entiendo su miedo a enfrentar un mundo desconocido, el miedo a que me hicieran daño. Yo le dije “no, papá, tengo que estudiar, me gustaría conocer   más el mundo, quiero ser alguien, no quiero quedarme en este pueblito, no quiero hacer tortillas”. Mi mamá me le dijo a mi papá que tenían que apoyarme, que no podían dejarme así, que tenía que seguir estudiando.

Recuerdo con mucha angustia, siendo todavía una niña, tuve que emigrar para continuar estudiando, fuera de mi familia, luchando con las barreras, los prejuicios y discriminación, sin tener una identidad en el mundo de los oyentes. Logré terminar la Universidad, la Licenciatura en Mercadotecnia. Trabajé para varias empresas teniendo puestos Gerenciales. Después de cierto tiempo, toda mi familia emigró a la ciudad de Irapuato; al llegar entré a trabajar  para el DIF Irapuato como Coordinadora de atención a personas con discapacidad, esa fue mi prioridad, la inclusión  laboral para personas con discapacidad,  porque el trabajo nos dignifica como personas, como seres humanos. Fue entonces que conocí la cultura sorda. La verdad tuve dificultades para comunicarme con los sordos, no todos leen los labios, así que tuve que tomar cursos de Lengua de Señas para poder comunicarme con ellos. Al lograr establecer  una comunicación con ellos,  fue los más emocionante, tanto que hasta lloré de emoción, por primera vez me sentí en mi mundo, encontré mi identidad.

 

“Tenemos que hacer algo para apoyar a que los sordos, que tengan acceso a una educación y que tengan éxito”

 

Muchas personas sordas querían trabajar, en realidad existían oportunidades, pero había un obstáculo, el nivel educativo. La mayoría de los sordos no tenían ni la primaria terminada como para poder competir en el ámbito laboral, motivo por el cual me vi en la necesidad de estudiar una Maestría en Educación Especial para apoyar y contribuir de una forma altruista en la sensibilización educativa  de los padres de familia, escuelas y maestros, porque sé que sí  existe una reforma educativa que es incluyente, entonces no es lógico que continue la analfabetización en la cultura sorda,  mi pregunta  entonces era “¿algo no está bien? Y me respondí “tenemos que hacer algo para apoyar a que los sordos, que tengan acceso a una educación y que tengan éxito”.

Contribuyo con los maestros de  USAER trabajando para la concientización de los maestros de apoyo, maestros de aula, padres de familia, para que el niño sordo pueda tener una educación incluyente. Actualmente trabajo en el centro Gerontológico desempeñando el puesto de Trabajadora Social, contribuyendo a dignificar la Discapacidad de los adultos mayores o aquellos que en determinado momento  de su edad adquieren una discapacidad.