Mi sordera y yo

La experiencia de una mujer Sorda y su identidad

 por Marcela de los Reyes

Ante la pregunta “¿Qué se siente ser sordo?”, puedo responder que siento alivio. Porque he hallado mi identidad, reconozco mi pertenencia en dos comunidades, la sorda y oyente; y me siento a gusto conmigo misma. Claro que llegar a esta conclusión tomó su tiempo y enfrentar muchas situaciones que me ayudaron a asumir y fortalecer mi identidad sorda.

Hasta donde sé, hay muchas maneras de clasificar a los sordos: hipoacúsicos, sordos, sordomudos (muy usado todavía, en pleno siglo XXI), sordos señantes, sordos hablantes, sordos semilingües, sordos bilingües, entre otros. ¿En cuál categoría entro yo? Bueno, dado que me quedé sorda alrededor de los 5 ó 6 años, me queda “sorda postlingüística”; como puedo oralizar bien, podría ser “sorda hablante”; teniendo un buen nivel de Lengua de Señas Mexicana (LSM), puedo ser “sorda señante”; alguien más menciona que soy “sorda bilingüe”… Pero a mí, me gusta pensar que estoy mejor en la categoría de sorda escritora y lectora. 

"Mientras todos veían la tele en las tardes, yo iba a terapia"

Recuerdo que nunca pensé en ser diferente, hasta que empecé a usar curvetas. Y fue aquí donde empezó una gran confusión sobre lo “normal” y “anormal”; darme cuenta de que los niños pueden reaccionar de forma hiriente, y que se debe hacer un esfuerzo extra para cumplir los requisitos de ser “normal”. Pero algo pasaba, que todavía yo no era “normal”, mientras todos veían la tele en las tardes, yo iba a terapia; total que era difícil tener un tema común para platicar. Afortunadamente, yo ya me había apropiado de las palabras; los libros serían una gran ayuda para conocer el mundo.  

En mi mente de niña abundaba la fantasía, recuerdo soñar que sería una escritora muy famosa. Tuve muchos cuadernos donde empecé varias historias: “La isla S”, que trataba de un naufragio; “La nieve misteriosa”, donde maté a muchas personas que me caían mal. No me malinterpreten, yo sacaba mis rencores escribiendo (de hecho, lo sigo haciendo…), en vez de agarrarme a golpes con la gente. Hay veces en que me pregunto qué sería de mí, de no haber contado con el recurso de leer y escribir.

Esto fue importante para mi vida escolar. Yo no sabía que tenía que hacer doble esfuerzo, sólo tenía claro que debía sacar buenas calificaciones. De la etapa escolar aprendí que no sólo la figura del maestro es la que aporta conocimientos, también los libros; el trabajo en equipo facilita mucho las cosas, pero hay que elegirlos muy bien; y una vez que llegó Internet, el límite ha sido casi inexistente para aprender, de ahí considero que muchas habilidades que tengo, las adquirí de forma autodidacta.

Con mi familia la relación ha sido generalmente buena, y eso que soy la única sorda ahí. Claro, no siempre fue así; a la fecha puedo decir que hay altibajos, relaciones se ganan, se fortalecen y se pierden. Incluso pasa que en fiestas y reuniones me fastidio cuando ya no soy capaz de seguir el hilo de la conversación, me pongo mi máscara de amabilidad y me retiro. De las relaciones familiares, aprendí que no le voy a dar gusto a nadie. Quien de verdad te quiere y aprecia, te lo demuestra. Punto.

Sé que no fue fácil para mis padres, pues siempre obedientes a lo que indicaba el doctor o la terapeuta, no recurrimos a las señas. Tuve que esperar a los 18 años, con mi propio dinero, pagar mi primer taller de Lengua de Señas. Y ahí comenzaron muchos cambios, que más delante les cuento. Es más tarde, cuando mi mamá observa qué feliz soy trabajando en el IPPLIAP, que me dijo: “Ya entendí. Lo tuyo, lo que te hace feliz, es estar con tus sordos”. ¡Más vale tarde que nunca; sentirme apoyada por ella es genial! ¿Mi papá? A él le está tomando más tiempo, tal vez pronto lo acepte. Siempre dijo que “No, es que tú no eras sorda, o sea, tú ya tenías un lenguaje”. Lo admito, choqué mucho con él, nos caímos gordos mucho tiempo. Fue hace poco, en una ponencia que di en Ciudad Universitaria, cuando lo vi casi llorando. Su hija, la sorda, lo emocionó profundamente. Mi hermana, cuando empecé a aprender LSM (Lengua de Señas Mexicana), fue la más entusiasta, le entró con ganas y fue mi compañera para practicar.

"Mi papá siempre dijo 'No, es que tú no eras sorda, o sea, tú ya tenías un lenguaje'. Lo admito, choqué mucho con él.

Siempre señalaron que yo soy la persona más sociable del mundo, con todos platico algo y nunca dejo que nadie se quede aislado. Antes de asumir mi identidad sorda, tenía que mostrarme como una persona que estaba a la par que los oyentes, nunca en desventaja; si se reían a lo lejos, yo también debía reírme, sin saber exactamente por qué, ni modo de no ser como los demás. Recurrí a las conversaciones mecánicas (conversaciones clichés, como también me gusta llamarles), esas que nunca fallan:

 

Marcelupi: ¡Hola! ¿Cómo estás?

Persona: Bien, gracias. ¿Y tú?

M: También. ¡Qué bueno! ¿Cómo has estado?           

P: Bien, fíjate que… (palabras ininteligibles)… por eso… (palabras ininteligibles)… ¿Cómo ves?

M: ¡Órale! Oye… me retiro un momentito, me habla mi mamá. Ahorita te veo.

 

Y de ahí me iba a otro grupito, se repetía un diálogo parecido. Entiendo que no todos son iguales, hay personas que se esfuerzan para incluirme, como una de mis tías que no le importa interrumpir el cuidadoso y perfectamente bien ensayado discurso del mesero en un restaurante, para decirle “espérate… háblale directamente a mi sobrina, ella es sorda”, y claro, el mesero por un momento se saca de onda. A veces es bonito, pues se deshacen en atenciones para mí.

Esto me lleva a un tema común con varios sordos. Todos tenemos diferentes habilidades, es obvio, pero vernos como “discapacitados” no siempre es fácil, por algo no participamos en las paraolimpiadas. Me explico, no me gusta que me traten como “pobre sordito”, con lástima, que hagan todo por mí; pero, en más de una ocasión me ha sido de utilidad: un trato más amable en la aduana de Chile (a mis otros compañeros de viaje les trataron muy feo); metro gratis con la credencial de discapacidad, descuento en autobuses foráneos; algunos museos gratis o con descuento, entre otros. Y este es un tema que puede requerir un post aparte, porque tiene puntos importantes.

En mi trabajo me siento cómoda y feliz. Durante el periodo que he estado comisionada en la secundaria, debo admitir que tengo mis buenos choques con oyentes. No es lo mismo trabajar en un mundo delicioso, donde la LSM es lo más natural, que trabajar en una escuela donde la mayoría son oyentes. Los choques se han dado por las diferentes percepciones de la sordera, desde la manera en que se debe aprender el español escrito, las adecuaciones a los programas, las estrategias didácticas más convenientes y hasta lo que es, o aparenta ser la inclusión educativa en el plantel; por ejemplo, las ceremonias y actos académicos, un verdadero suplicio por el cual casi me quejo ante CONAPRED, en serio.

"Mi vida tuvo muchos cambios al momento en que tomé la decisión de aprender LSM"

Personalmente, ha sido una experiencia interesante, no sólo veo por intereses de mis alumnos, por los que quiero mejores opciones profesionales; también porque considero que la inclusión implica mucho más que meter a los chavos sordos y oyentes en un salón, con un intérprete, esperando que se haga magia. Pero donde hay voluntad, hay un camino. Hoy puedo decir que hay cambios prometedores, ya que los profes oyentes están cambiando poco a poco; sé incluso, que dos maestras están tomando clases de LSM, que la directora se volvió más flexible en algunos aspectos. Poco a poco, en equipo, los cambios llegan; seguramente no defraudarán.

Ciertamente que mi vida tuvo muchos cambios al momento en que tomé la decisión de aprender LSM. Entendí que no soy una “copia chafa” de los oyentes, sino una persona con características que me hacen única. He aprendido a no avergonzarme de mí, a aceptarme como soy y pedir que me respeten; a amar y ser amada. Al tener claro que puedo perder información, también puedo pedir que me la den por escrito, o que la repitan las veces que sea necesario. He aprendido que puedo moderar lo que quiero decir, ya que puedo ser hiriente; eso de ser “brutalmente franca” no es muy agradable en algunas situaciones (y he metido la pata muchas veces…)

Claro, hay aspectos que todavía debo mejorar; puedo expresarme oralmente, aunque no siempre con tacto; puedo expresarme con la LSM, aunque nunca me quitaré la sensación de no dominarla completamente; pero sí tengo la certeza de que con pluma y papel el mundo me pertenece. Con todo y mis defectos, siento que he avanzado un gran trecho.